martes, 4 de agosto de 2015

Lepe, Torre del Catalán

La torre del Catalán, otra más de la serie de torres almenaras de la costa onubense que fueron  proyectadas en tiempos de Felipe II, se encuentra en Lepe, a mitad de camino entre la playa de La Antilla y el puerto del Terrón. Desde la carretera que une esos dos lugares se la ve, a la izquierda, encaramada al borde de uno de los numerosos cabezos que recorren espectacularmente la costa. Una vez arriba, la espectacularidad continua pero ahora hacia el mar, hoy bastante más alejado que hace cuatro siglos; y separadas, torre y mar, por las marismas del río Piedras y la creciente y viva Flecha del Rompido.
La torre del Catalán  sobre el paisaje
Junto al camping que se encuentra en las inmediaciones, parte un camino muy bien acondicionado pero incómodo por la pendiente, que en pocos minutos nos lleva hasta la torre. 

La Compañía, camino de la torre



Llegando a la torre


Arriba, un espacio acotado y habilitado para la visita, pero tan pequeño y estrecho alrededor de la atalaya que me impide verla con amplia perspectiva y empeora considerablemente su aspecto. Así que el rato que estoy allí lo dedico más a mirar hacia el sur, hacia la marisma, no sin antes tocarla y fotografiarla. Y leer las notas que sobre ella llevo escritas:
La torre fue construida alrededor de 1600, dentro del plan “protejamos la costa de ataques de piratas de todo tipo”  que se inició con Felipe II y terminó con Felipe IV, y que como ya he dejado escrito en La Costa de la Luz (etiqueta Huelva), no voy a repetir ahora.
Está situada a 1’3 kilómetros del mar y a 37 metros sobre su nivel.
Su forma es troncocónica, por lo tanto de planta circular, de unos 9’80 metros de altura; su estado de conservación, aparentemente bueno;  sus paredes presentan un aparejo de mampuestos y ripios irregulares que debieron estar enfoscados en toda su totalidad. Algunas verdugadas de ladrillo regularizan el vasto aparejo.
El acceso al interior es imposible; la puerta de entrada, orientada al norte, se encuentra situada a casi 5’00 metros del suelo.  Por ella se accede (los visitantes no podemos hacerlo) a un zaguán de planta rectangular que ocupa todo el espesor del muro. En el interior se encuentra  una cámara circular de 4’60 metros de diámetro y cubierta con una bóveda semiesférica de ladrillo. En el centro de la estancia aparece la boca de un aljibe.
Del zaguán parte una estrecha escalera hacia la terraza, a la que se sale a través de una garita, como en la de Canela. El terrado, evidentemente circular, mide 7’10 metro de diámetro y lo rodea un pretil corrido que carece de almenas artilleras. Hacia el exterior presenta una doble hilada de ladrillo que delimita el arranque del pretil. El agua de lluvia se evacua mediante tres gárgolas. 
Puerta de entrada y garita de salida al terrado
Como en la torre de Canela, la dinámica del litoral la alejó del mar (bueno, fue el mar el que se alejó), y hasta bien entrado el siglo XVIII siguió manteniendo su función de vigilancia. Desde entonces, aunque sola, sigue oteando el horizonte.

Conclusión: Debieron considerar importante y muy necesaria, la defensa de la desembocadura del río Piedras como para que en sus alrededores, además de esta torre del Catalán, construyeran también la de Marijata (desaparecida). Y eso que ya existían la torre del Terrón (también desaparecida) y el Castillo de San Miguel. Y tierra adentro, los castillos de Lepe (desaparecido) y Cartaya.
Hoy, por suerte, sólo está ahí para que la miremos y, desde ella, poder admirar el paisaje que se ha ido conformando desde los tiempos de Felipe IV.

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