La segunda acepción del verbo “recurrir”, según
el diccionario de la RAE es: “acogerse en caso de necesidad al favor
de uno, o emplear medios no comunes para el logro de un objeto”. De
todas, es la que se aproxima algo al significado que en ocasiones se le da a
ése verbo sin, seguramente, tenerlo; o a su participio activo “recurrente”,
o al sustantivo “recurrencia” que sólo tiene un
significado y es aplicable a las matemáticas, tan alejado del lugar donde
quiero ahora ubicar mi idea.
Y mi idea es intentar explicar, o explicarme,
por qué se utiliza con tanta frecuencia, y mejor o peor fortuna, la imagen de
un castillo, o de otros edificios medievales, o de símbolos, títulos
nobiliarios y topónimos —a veces inventados—, para denominar o marcar,
como “distintivo o señal que el fabricante pone a los productos de
su industria, y cuyo uso le pertenece exclusivamente”, tantos y
tantos productos de uso cotidiano, generalmente en el campo de la alimentación.
Y más concreto en el mundo del vino, que fue lo primero que me llamó la atención: cuántos vinos llevan el nombre de un castillo, real o ficticio; o en su etiqueta figura dibujado uno, inventado o no; o una alegoría, un emblema, un nombre, un detalle que asocie el producto con el símbolo y así hacerlo más atractivo para el consumidor.
Pero no sólo es en los vinos en particular, o en la alimentación en general, donde observo el uso de una iconografía castellológica. En otros campos también; la publicidad lo utiliza con frecuencia, de manera generosa, y el castillo en su paisaje, se deja usar y abusar: es un elemento, un recurso, un motivo recurrente.
Y qué decir de la Heráldica, ese arte que a modo de ciencia trata de describirnos los escudos de armas y explicarnos sus componentes y sus porqués. De manera incontable observamos la inserción de elementos y edificaciones arquitectónicas en los escudos, principalmente castillos y torres que, en muchos casos, hacen alusión a alguno del lugar, existente o desaparecido, en el caso de topónimos. Y en los demás casos, no lo sé. Así que aquí también otro recurso recurrente.
Voy a ver hasta donde llego buscando el uso noble, y también el abuso, de imágenes medievales a través de etiquetas de vino, de escudos, de billetes de lotería, o de sobrecillos de azúcar o de cualquier otro producto; o yo qué sé, de lo que se me cruce por el camino.
Pero todo sea procurando no pararme en calidades, ni en sabores; reparar sólo en la curiosidad que el nombre me despierte, e intentando encontrar la realidad del recurso recurrente utilizado.
Y por supuesto, llegado el caso y
si lo merece, elogiar o censurar el acierto o la torpeza del diseño.
Así que, si fue en las botellas de vino donde, en primer lugar, observé la “recurrencia”, sean los vinos el objeto de las primeras entradas a mi casadelatercia, que irán creciendo con otros productos —al menos así lo espero—, u objetos, o cualquier cosa que, castellológicamente hablando, sea merecedora de mi curiosidad.
Aunque es la palabra recurrencia la que en principio sentí como más acertada para denominar estas cuestiones, creo más correcto, a fin de no molestar al gremio de los matemáticos, decantarme por lo de recurso —ayuda o medio del que una persona se sirve para conseguir un fin o satisfacer una necesidad— recurrente —que ocurre, aparece o se realiza con cierta frecuencia o de manera iterativa—.
Pues así lo haré, cuando me parezca.
Nota: hace algún tiempo que hice desaparecer de este blog las entradas relativas a las recurrencias. Ahora se pueden encontrar en otro que denomino precisamente recurrencias castellológicas, en el que voy ampliando el tema a otras cuestiones y productos.
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