martes, 31 de mayo de 2016

Tavira, fuerte de San Antonio

Próxima etapa Tavira, pero primero una parada, o mejor un desvío. Antes de que se me olvide me acercaré, que casi me coge de camino, a un lugar abandonado, desechado. Un ejemplo más de destrucción por efecto del tiempo, por la falta de atención y el arrinconamiento de un trocito de historia. Y lo que más extraña es que estoy en Portugal.
Vengo de otro dignamente recuperado, reconvertido para que perviva, y me encuentro uno que hace esfuerzos por mantenerse en pié. Casi enterrado en la arena que le rodea, ignorado por los bañistas que caminan hacia la playa cercana y en un estado de total abandono, víctima de la maleza y del viento, encuentro el fuerte de San Antonio, o fuerte del Ratón o de la Isla de las Liebres, que con estos tres nombres es conocido.
El fuerte visto desde el sur
Pero dejémonos de lamentos y vayamos al grano. Primero, como siempre, situémonos:


Estoy en el Parque Natural de Ria Formosa, en el Algarve, adonde se llega por la A-22 desde Ayamonte, España. Desvío en Montegordo y coger la N-125, o seguir por la A-22 hasta Tavira. A las afueras de esta ciudad y hacia el este, en la rotonda que está junto a un muy visible centro comercial, se toma la salida que nos llevará hasta la desembocadura del río Gilao, a un lugar que llaman Cuatro Aguas, donde se levantan los restos del fuerte de San Antonio.

Fue este fuerte otro elemento más, construido no sólo para defender la barra de arena de la ría Formosa, como otras fortificaciones ya paseadas, sino también para proteger Tavira en un punto débil de la barrera natural, que es el estuario del río.
Mandado construir por Sebastián I, nieto del Emperador Carlos, el que murió en la batalla de Alcazarquivir, con 24 años de edad; fue durante una visita a Tavira, en 1573, en la que apreció la necesidad de reforzar la defensa del puerto de la ciudad, dado que las existentes se habían quedado desfasadas ante las nuevas formas de guerra.
Ya durante su construcción parece ser que se advirtió que no sería de mucha utilidad, pues los progresivos movimientos y cambios de la línea de costa hicieron cuestionar su eficacia defensiva. En 1577 el banco de arena ya estaba enfrente del fuerte.
Debido a esos cambios orográficos frente a la costa, y a que estaban los portugueses liados en la guerra de Restauración (1640-1668), se construyó en 1656 el ya visto fuerte de San Juan en Cabanas, y este de San Antonio se reforzó con una batería en la otra orilla del río.
Terminada esta guerra se reconstruye el fuerte, a la vez que se constata su limitada capacidad para defender Tavira de las correrías berberiscas e incluso españolas; por lo que siguiendo el criterio de Pierre de Saint Colombe, que debió ser un influyente ingeniero de la época, se reforzaron también el propio castillo de Tavira y las murallas de la ciudad, por si acaso.
Y mientras tanto el banco de arena crecía y crecía, y he de suponer que sigue creciendo, por lo que la distancia que hoy hay desde el fuerte hasta el mar debe ser considerablemente mayor de la que hubo en épocas pasadas.
Y también algo le tuvo que afectar, como a todo edificio de la época y del entorno, el terremoto de Lisboa, pero no encuentro nada al respecto.
A finales del siglo XVIII se halla algo abandonado, con una guarnición de nueve o diez hombres y dos piezas de artillería sin apenas pertrechos ni pólvora.
En 1820 ya está prácticamente abandonado, habiendo quedado su guarnición reducida a tres hombres. Sus edificaciones interiores están hundidas y la artillería inutilizada.
En 1830 queda inhabilitado al considerarse demasiado costoso su mantenimiento y se abandona definitivamente. Todo ello por orden del entonces gobernador del Algarve don Francisco de Paula Vieira da Silva Tovar y Nápoles, primer Vizconde de Molelos (muy portugués el nombre).
Y 150 años después se promovieron intervenciones para recuperarlo o al menos consolidar sus restos: limpieza general, señalización y poco más. Incluso hubo intención de acondicionarlo par algún tipo de centro museístico.
Pero todo se quedó por el camino.
 Y ahora hablemos de su configuración:

Lo que hoy vemos es un edificio de planta irregular que presenta dos fachadas predominantes, las más largas, orientadas al sur y su opuesta al norte. En la del sur, la que mira a la ría, se dispone tres baluartes, dos a sus lados y otro más grande en el centro. La longitud entre los vértices de los baluartes exteriores (este y oeste) es de 76 metros.
Lienzo de muralla de la fachada norte


El lado norte es actualmente una simple cortina, pero que, según Alexandre Massai, ingeniero militar, unía en el siglo XVII dos baluartes que no llegaron a concluirse. Por lo tanto, el fuerte debía haber tenido cinco baluartes, pero se optó por ejecutar totalmente los tres que miran al mar. Todos los baluartes carecen de cañoneras, lo que se denomina parapeto a barbeta. Este tipo de parapeto facilitaba la ubicación de las piezas de artillería pudiéndolas mover a conveniencia.
En esa cortina norte está la puerta, que estuvo precedida por un pequeño foso y puente levadizo, así que la rampa de acceso que existe es una obra muy posterior.

Puerta de entrada al fuerte
Desde el vértice del baluarte central (sur) hasta la cortina norte hay una distancia de 32 metros.
Apenas se aprecian restos de las edificaciones interiores: casa del gobernador, capilla, polvorín y otras dependencias cuarteleras. También dispuso de un pozo.
Edificaciones interiores totalmente arruinadas



Sus muros tienen poca altura, apenas tres metros, por lo que sería difícil ser alcanzado desde el mar.
Todo el edificio está ejecutado con mampostería, excepto las jambas, dinteles, cordón perimetral y los encuentros de los muros que son sillares labrados. 

Pero si todo lo dicho no es suficiente para que parezcan interesantes estas ruinas, debo decir que si por algo merece ser visitado es porque fue una de las primeras fortificaciones de la Edad Moderna, inaugurándose así una nueva forma de arquitectura militar más acorde con el devenir de las guerras.

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