Y en esa
ciudad tuve la oportunidad de ver uno de sus dos puentes fortificados, el de
Alcántara; que no hay que confundir con el otro Alcántara en la provincia de
Cáceres. Ambos coinciden en que salvan el Tajo, con buena fortuna los dos, a
tenor de los años que tienen.
Pero a ver,
que trato de escribir sobre el de Toledo, al que me acerqué caminando desde el
cercano puente de Arzaquiel. Así le fui descubriendo poco a poco, mientras
admiraba otra fascinante vista de la ciudad.
Una parada,
unas autofotos y comentarios con la compañía sobre el puente:
Un puente que
data de época romana, allá por el siglo
III cuando la ciudad era Toletum y lugar de paso obligado en la calzada que
unía Caesar Augusta con Emerita Augusta. Y como todo lo que hacían aquellos
romanos nunca estuvo sujeto al azar, el sitio donde ubicaron el puente tampoco:
al inicio de la gran hoz que circunda la ciudad, como puerta de ingreso a la
ciudad. Y en el otro extremo, otro puente cerrando la herradura que rodea por
el sur el cerro.
Más tarde,
los árabes lo reconstruyeron en el siglo
X, y debieron darle nombre —al-gantaratu
que para nosotros es puente—, y
desde entonces es Alcántara, o sea el
puente del puente. En una inscripción nos informa que las obras terminaron
en el año 997 —de nuestra era,
claro—, y que el ejecutor de las obras fue un tal Alef, hijo de Mahomat
Alamerí, a la sazón alcaide de Toledo que lo fue porque lo había nombrado
Almanzor. Hasta tal punto la obra fue importante, que muchos cronistas
consideran que, más que una reconstrucción, fue la verdadera construcción del
puente. Es por tanto, junto con la mezquita del Cristo de la Luz, uno de los
monumentos más antiguos de la ciudad.
Por aquellos
tiempos también fue punto de otra ruta, la que unía Saraqusta con Córdoba, y la
ciudad, como importante cruce de caminos, terminó siéndolo además de culturas.
Reinando
Alfonso X fue reconstruido ya que presentaba numerosos desperfectos producidos
por dos riadas, una en 1243 y otra
en 1249. Estamos ya en el siglo XIII y entonces se le añadió el
torreón oeste (hasta entonces sólo tenía uno en el lado oriental). Este torreón
fue modificado durante el reinado de los Reyes Católicos, quedando la torre
convertida en una pequeña fortaleza y en ella se cobraba el portazgo a todo aquel que no fuera residente en la ciudad o en
tierras aledañas. Éstos mandaron decorarlo con su escudo, en el que
curiosamente falta la granada, y es que aún no había terminado la Reconquista y
el reino nazarí no había sido conquistado.
En 1721 fue demolido el torreón del este y
sustituido por un arco triunfal de estilo barroco, más del gusto del momento.
La última
obra que se realizó fue la ejecución de los pretiles y la sustitución de la
solería, allá por 1835.
Tuvo tres
arcos, pero de eso hace mucho; cuando los árabes lo reconstruyen, sustituyen el
primer arco por un muro, a modo de enorme estribo, con un pequeño pasadizo de
poco más de 1’70 metros de ancho y 5’40 metros de largo; a cada lado un hueco
sencillo coronado con un arco de herradura de desiguales dovelas.
Por encima de
este muro, y también a ambos lados del puente, sendos balconcillos que se
antojan matacanes, se apoyan sobre canecillos triples.
A
continuación del gran apoyo dos arcos ligeramente apuntados: más grande el
primero, de 28’30 metros de luz, y de 16’00 metros el más próximo a la ciudad.
Ambos se unen y apoyan en una potente pila. En este punto, el tablero del
puente se ensancha aprovechando la mayor superficie que le proporcionan los
tajamares.
Ese pilar
central ha ido incrementado su volumen en las sucesivas reconstrucciones, y con
ello el de sus tajamares. Paradójicamente, el de aguas abajo presenta un ángulo
más agudo que el de aguas arriba, cuando la lógica obligaría a lo contrario.
Las bóvedas
de los arcos, ejecutadas con sillares, son de medio cañón, arrancando la del
arco mayor casi desde la lámina de agua en flujos medios, mientras que el arco
menor arranca desde la coronación de los tajamares.
Todo el puente
es de piedra, sillares y mampuestos a partes iguales. Los primitivos tajamares
y las bóvedas están aparejados de sillería, como también lo están las hiladas
que coronan los tímpanos de los arcos, las que conforman el pretil y la
albardilla que lo remata. Los mampuestos aparecen en los tímpanos y en los
añadidos de los tajamares.
Interior de la torre, y al fondo la Puerta de Alcántara. |
Superada la
torre oeste, se accedía a una plaza de armas que tenía tres puertas,
conservándose actualmente sólo la llamada de Alcántara (redescubierta en 1911).
Las otras dos fueron demolidas, una —que fue conocida primitivamente como la de
Alcántara— en 1864; y la que llamaban de San Ildefonso en 1870.
Después atravesamos esa Puerta de Alcántara y, fatigados por tanta subida y bajada, nos perdimos en el enredo de calles y el bullicio de turistas.
A pesar de
ello, Toledo es una ciudad que exige volver. Y es que he de cumplir la promesa
hecha en el segundo renglón.
Nombre: Puente de Alcántara
Municipio:
Localidad:
Toledo
Provincia:
Toledo
Tipología:
Puente fortificado.
Época de construcción:
siglo III y posteriores reconstrucciones.
Estado: En muy buen estado
conservación.
Protección: Declarado
Monumento Nacional desde 1921.
Propiedad: Pública.
Visitas: Abierto libremente al público.
Uso: Para tránsito peatonal y, claro
está, uso turístico.
Clasificación subjetiva: 3, o sea, que se
incluirá obligatoriamente en una ruta de viaje, o lo que es lo mismo, se hará
todo lo posible por visitarlo.
Otras cuestiones de interés: En la margen
izquierda del rio y sobre un cerro, el castillo de San Servando protege la entrada al puente y a la
ciudad (intenté visitarlo pero estaba cerrado a cal y canto; otra vez será).
Arriba, al fondo, el castillo de San Servando. |
Cómo llegar: facilísimo,
Toledo está prácticamente en el centro de la Península y muy bien comunicado,
por lo que da pereza dejar aquí un mapita u otra información.
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